domingo, 12 de octubre de 2014

Besarte

Besarte. Besarte y volar las pestañas que son deseos de carne de cañón en tu entrepierna y deshueso, de abrazarte por la espalda con la certeza de que ese frío que te cala los huesos soy yo, y no el invierno. Y querer quedarse a dormir en el quicio de tus senos. Y que el ardor de mi Iris inflamado por ti sea eterno.
Besarte en la punta de todos y cada unos de los infinitos dedos con los que me tocas. Esos que nunca se acaban. Que siempre regresan por el mismo camino por el que vinieron o más abajo.
Besarte yo y que me beses los besos que nos damos. Y los que no nos damos también.
Besarte cansada o lasciva o bizarra hasta debajo de los párpados que contienen tus aguamarinas. Y aun en los dientes de leche que nos quedan por amarnos.
Besarte con el supuesto amor anacrónico de quien se considera romántico. Muy ceremonioso, con bombos y platillos, sin discreción, con fuegos artificiales. Y luego no besarte, sino sablarte con la lengua y seccionarte la espina dorsal. Y dejarte con las ganas, y quedarme yo con ellas. A cámara lenta, en blanco y hielo.
Besarte primero, después y a continuación. Besarte por dentro, y por lejos. Con lenguas muertas y labios cortados. Y comerte, y ensalivarte, y además salvarte. Ser promesa firme de la incertidumbre de quererse con un beso y volver a besarte mientras el mar siga humedeciendo tanto como la idea se irse.
Besarte el silencio y en él. Hacerlo en versos sordos con formas de miradas mudas. Que no son ni mudas, ni malabares, ni murciélagos.
Besarte pues estos últimos versos íntimos para ti y celebrar con ellos que tú podrías servir de modelo para la estatua a la belleza.
Eso quiero. Besarte, y besarte. Y solo por último, volver a besarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario