La Locura,
como siempre tan loca, fue la que le dijo al oído a aquella chica: ¿Te quiero? Menos
mal que la chica nunca jamás lo oyó. Incluso,
que impertinente, los interrogantes se los tuve que poner yo, porque si fuese
por la Locura…
Normalmente se le escapan mis sentimientos atropelladamente por la boca, porque
en general no tiene tiempo de pensar lo que dice y las consecuencias ya que está
demasiado ocupada intentando reprimir las manos, que hasta ella se da cuenta de
que no puede ser. Y eso suele ser un problema para mí. Siempre empieza a
describir mi alma igual, dice “Me asusta lo que tengo que decirte, pero no
puedo evitarlo. Estoy loca”. Y a continuación… Sálvese quien pueda. “¡Quién
pudiera volverla cuerda algún día!” Acostumbro a decir yo. Luego me doy la vuelta en
la cama, me vuelvo a dormir y cuando me levanto ya se me ha olvidado. Así que
todo sigue como de costumbre y me sorprende descubrir que no voy a cambiar, ni
ella tampoco y que algunos perros son más listos y más interesantes que algunas
personas. Sin menospreciar a los gatos. También me gustan los gatos. De hecho, ahora que lo dices no se cuál es mi
animal favorito, pero creo que da igual. (Se sentó en un banco y reflexionó
largo y tendido sobre ello. O no. Las palomas agradecieron un poco de compañía
igualmente.)
¿Sabes? Todo es porque no quiere admitir que se ha
equivocado. No para de decirse en voz alta (por convencerse) que el corazón a
diferencia de la razón no se equivoca, que hay que hacerle caso, que no se está
tan mal aquí y que llegará el día tarde o temprano. Y yo la interrumpo y le
digo: ¿Por qué estás tan segura? Y ella me dice: ¿Por qué no? Así que yo
supongo que cada uno hace con sus gustos lo que puede y puedes seguir deseando
algo por muy improbable que sea. Porque eso no significa que sea imposible,
solo que es mas difícil que otras cosas. Como por ejemplo hacer la cama, que es
bastante fácil y por eso creo que no nos gusta tanto como estar enamorados o
enamorar a alguien.
Sea como fuere, la
Locura debería aprender a meterse con cosas de su tamaño y a
encajar mejor las derrotas. Tan impulsiva, tan pasional y a la vez ese toque
inocente de pensar que todo va a salir bien. Venga ya. Si llevas un agujero en
los calcetines, no puedes pretender que ese día no te toque quitarte los
zapatos. Eso es así. O intentar que crean que has llegado tarde porque te
pareció ver un unicornio a lo lejos y eso te retraso, ya que casi todo el mundo
esta seguro de que los unicornios no existen y por eso mismo no lo hacen.
Pero tampoco por ello va a ir por ahí diciendo que supone
que las nubes son solo eso: nubes. Sería como convertirse en lo que más miedo
le da: Una persona normal, que son las que se mirar en los cristales de los
escaparates para ver como van conjuntadas hoy porque no han tenido tiempo de
hacerlo en casa, llegan tarde. Tienen prisa por vivir y les queda mucho por
hacer. ¿Qué importa como vayas? ¿Por qué importa eso más que mirar alrededor? Y
sobre todo ¿Quién decide esas cosas? La locura nunca tiene tiempo de pensar en
esto, y se alegra. De hecho, piensa poco en cosas de este mundo. Así que termina
llenando su mente con lo que le viene en gana, sintiéndose una rebelde sin
causa solo por tener un poco de personalidad e imaginación. Que limitar las
cosas a su sentido estricto no era su loco estilo. No le habían puesto sobre la
espalda ese par de alas para no usarlas. Ni más, ni menos.
A la Locura
a veces se le va la cabeza y desaparece. Me deja tranquila, me deja dormir y
durante un tiempo no tengo oportunidad de preocuparme por donde estará metida.
Ya estoy bastante ocupada haciendo cosas que cuando ella está no puedo. Pero
pronto la echo de menos y al final salgo a buscarla, no tengo muy claro por qué.
Y siempre la encuentro por los mismos chupitos, que son mano de santo para
recordarme que debo olvidar arrepentirme por haber salido otra vez a por ella,
porque he hecho bien en ir a su encuentro. Que ya es mayorcita, pero aun así me
necesita. Y bebemos juntas y por eso al día siguiente no me acuerdo de muchas
cosas, aunque si de suficientes. Entonces, encontramos el camino a casa tan
solo a horas intempestivas. Subimos a duras penas las escaleras: en mi
habitación yo me siento en el suelo, ella me destroza la cama; y cuando estoy a
punto de cerrar los ojos por un rato largo, me mira desde arriba con esa cara
que solo nosotras sabemos que significa que ha vuelto, que se acabó eso de
dormir, se me tira encima de un salto y me dice al oído bueno, tan
despreocupada“¡Qué nos quiten lo bailao!”. En ese momento nos reímos hasta que
nos duele la barriga mientras nos pegamos que da gusto con la almohada que aun parece estar mojada desde la última noche triste. Yo me doy cuenta y por eso me cambia de tema enseguida, porque
sabe que sino voy a empezar a pensar en cosas que no debería y esa es la única
forma de intentar pararme los pies. Así que le digo que está bien, que nada de pensarla esta noche (aunque es un poco
mentira, supongo que solo es que la
pensaré un poco mas tarde), me rindo a la evidencia temporalmente, la dejo que
me despeine y le juro que saldré a buscarla siempre que se vaya porque estoy
orgullosa de que este a mi lado, no pretendo engañar a nadie, yo también la
necesito. Pero que la próxima vez pararemos de beber antes, porque un día de
estos me mata, y tenía que prometérmelo muy seria. Así que no me lo prometió.
-Y cuando has encontrado un punto medio al fin, entonces,
¿Por qué seguir, arriesgándote a hundirte? – Me dice quien aun no lo entiende.
- Porque no puedo evitarla. Eso sería negar nuestros
impulsos, que es negar lo que nos hace humanos. Y porque nunca se me ha dado
bien saber cuándo se supone que tiene que empezar a dejar de gustarme. Bendita
Locura. –Les respondo amablemente, mientras la veo tropezar con mi propia trenza.
Aunque esta vez, al caer como nunca antes había hecho y como ese libro dijo una
vez, sonrió al cielo terso. Con un poco de esfuerzo podría levantarse sola.