No bien se había recostado en la cama, cuando calló en un
sueño muy profundo. Viajaba sumida (sumisa) en una discusión constante entre si
merecia algún tipo de recompensa y cual, y por supuesto si se la darán. Y se
pregunto: ¿Qué es esto que me pasa? ¿Quién eres por dios y dónde estabas?
Lo recordó un instante después de abrir tímidamente los
ojos, acostumbrada a que hubiera alguien más en su cama, y lo olvido el resto
de su vida. Para siempre jamás.
Fue sencillo. No podía en
ese momento retener nada más porque todo su ser estaba ocupado digiriendo esas
palabras que se le habían quedado clavadas la noche antes. Te quiero. Dios, ese
sabor en el corazón que no sabía si era bueno o malo. Que no sabía...
Lo demás, parecía normal.
La hora de despertar, (con toda la sábana para ella, cosa inédita) era justo la
de siempre: tarde, aunque ella tenía la impresión de haber cerrado los ojos
apenas un instante exactamente. Allí, en el vacío de su habitación solo la
alegro pensar que no le daba tanto miedo la oscuridad. Al menos no más que la
propia luz. El caso era que ahora no había ninguna de las dos cosas. Ni eso, ni
mucho, ni poco, ni nada. Ni grande, ni pequeño, sino todo lo contrario y aquello si que le daba miedo. Busco obsesionada
entonces esa cosa que la confundía, que no sabía si era muchas veces fruto de
su imaginación, o existía en realidad: el olor a besos en la almohada. Y no
estaba, pero porque no los había habido, así que lloró.
Oyó campanas, e
inconscientemente en ese momento le hubiese gustado que fuesen por su funeral
pero eran solo de misa de doce. "la religión es cosa de viejas"
pensó, sorprendida de tanto prejuicio de oligofrénicos.
Salio a la calle, lo
necesitaba. Compró cualquier cosa, y
por primera vez en mucho tiempo al meter la mano en el bolsillo, sacó justo la
moneda que necesitaba. No era buena señal y lo sabía: ya había gastado toda la
suerte de ese día...
Entró a desayunar al bar
de los sábados de resaca, pero era domingo y no había bebido mas que
incertidumbre toda la mañana, así que la camarera del "te pongo lo de
siempre" supo que algo no iba bien. Lo descubriría muy pronto. Cuando se acerco, le dijo muy claramente antes
de que pudiera preguntarle qué quería: "vuelve a casa y quédate para
siempre, hoy se que te echo de menos" para lo que la respuesta fue
igualmente contundente "no", por lo que se fue con sus abrazos a otra
parte. Sentada en el suelo de su cuarto, paso el resto del día desordenando
sombra, algunos fantasmas de las navidades pasadas y otros pocos del presente.
Se acabó. Pero aun así no se permitió verse llorar de nuevo ante el espejo. Y
eso que le daba rabia reconocer que el pecado
de los Ángeles caídos fue el orgullo, que la llenaba ahora. Mentira. Era
rabia.
Se apunto una frase que
encontró por ahí:"te adoro porque me volviste puta" pero tampoco le
dio mucha importancia, solo era ingeniosa, así que la tacho y en su lugar puso
simplemente "Mm..." en francés. Mira que le gustaba el francés. Au revoir pues fue lo último.
El dolor que sentía,
quería metérselo por donde le cupiese a más de uno. No era todo por su culpa,
pero el caso era el mismo. Brindó, sóla, "para que el mundo se acabe justo
cuando nos hayamos divertido suficiente y no antes"; intento no
interrumpirse a ella misma diciendo que entonces ya estaba bien, y se fue a
morir en silencio a un rincón.
Lo sentía todo. Era así.