domingo, 8 de diciembre de 2013

Je suis de toi.

Estaban en lo cierto cuando afirmaban que se entendían mejor a oscuras y con poca ropa. Por eso era lo primero que se comían. Se desvestían muy despacio, saboreándolo y a veces con prisa. Corre corre que nos pilla el Tiempo. Ni siquiera se dejaban llevar puesto el pintalabios. Siempre hacía demasiado calor, suponían, poniendo en tela de juicio la propia autoridad de los copos de nieve y la lluvia fuera. Riéndose de las gotas de frío que arrugaban sin piedad cualquier máscara de cartón que se atreviese a desafiarlas, atrevida donde las haya y que ante ellas, sin embargo, eran inofensivas.

Les costaba un poco arrancar, tenían que llevarse antes al infinito:
-¿Vamos?
-Si.

Y ahora ya estaba todo listo. Si no era verdad, hacían que lo fuese.
Se jugaban el privilegio de besar en primer lugar a piedra, papel, tijera. Era así: primero una, luego quizá la otra. El azar es caprichoso. Aunque terminaban ganando las dos. Solo por diversión, probaban a cerrar los ojos e intentaban encontrarse en esa ficticia oscuridad. El principio de incertidumbre resulta más excitante que toda realidad definida. Entonces, a tientas, buscaban caminar con los dedos hasta donde llegasen, mientras se deshacían en ellos, divertidas, hasta el punto de querer gritarlo. No podían evitar enamoriscarse sobremanera de cada nuevo descubrimiento, cada lugar, ese rincón de la piel donde creaban curvas infinitas con pinceles imaginarios sujetos con la boca. Y sentir el calor incluso antes de que se tocasen. Así veían las cosas ellas. Era por su facilidad para suspirar mientras sonreían, mientras se mordían los labios, las inseguridades, el cuello hasta dejarlo en los huesos. Se volvían locas, se hacían daño y pedían perdón todo lo silenciosas que les permitía ser su propia respiración jadeante, a duras penas. Humanamente las uñas arañando la espalda. Inspirar, exclamar. Nada de silencio, al oído. Notaban la lengua arder y pretendían encontrarle cualquier otra utilidad. Apretaban contra el colchón el pelo alborotado, el pecho erizado y les encantaba desaparecer a ojos del mundo por unos instantes bajo las sabanas. Y más abajo. Y más mojado. Sentían el corazón latir entre las piernas. O probablemente eran sus brazos agitados tratando de espantar tímidamente a los monstruos de debajo de la cama, porque esta vez no habían tenido tiempo de comprobar si ahí seguían. No es que lo duden las manos, de dedos cortos, la piel suave. Sucede otra cosa. Habían acabado.

- Me gusta cuando apoyas tu cabeza en mi hombro, cerca de mi cuello, y me encuentras el aroma. Si no me muerdes demasiado, igual hasta te dejo que te quedes ahí un rato. Solo porque creo que...
-Casi me he acostumbrado a tener lo que tengo contigo, lo que somos. Y no quiero acabarlo jamás. Me he quedado ya con muchas cosas que son para siempre.
-¿Qué somos?
-Creo que en otra vida fuimos algo así como una sola persona que se dividió en dos y al morir y aquí estamos. Y tenemos cosas en común, por eso de haber estado tanto tiempo en el mismo cuerpo y por otra parte tenemos cosas que tú cogiste enteras o yo, y no compartimos. Pero somos complementarias, aunque perfectas a la vez por separado.
-Si estas siempre a mi lado y demuestras que lo mereces, te enseñaré un lugar donde se ven bien las estrellas y la luna. Cuando estoy triste, me traslado allí con la imaginación y me paso horas llorando. A veces en el agua. Pero después desgracia nunca he conseguido que suba el nivel del mar ni un milímetro. ¡Poco serio ese sufrimiento!
-Una lágrima basta para hacer subir el nivel del más. Que no puede medirse, porque es casi imperceptible pero real.
-Con todas las lágrimas del mundo, no debería haber más que islas. Y añorar la tierra.
-Verdaderamente estamos en islas, tú y yo lo sabemos. Si nadie para el diluvio, nos ahogaremos. Pero es prácticamente imposible porque la última vez que hacemos las cosas, nunca sabemos que es la última vez. Y lloras.
-Deberíamos construir un barco.
-¿Para que si ya no hay puerto?
-Viviríamos en el barco, fumando cigarrillos turcos después de hacer el amor, bebiendo, cantando todas las canciones tristes que hayan inventado los hombres.
-¿Conoces muchas?
-Una amiga me llama “la musa de la canción triste”.
-¿Me cantas una? Venga, soy la única que baila contigo. Dame el gusto.
-Pero si tú y yo nunca hemos bailado.
-¿Como que no? En mis sueños, cada vez que quiero. Y no lo hacemos nada mal. Vamos, cántame al oído.



sábado, 5 de octubre de 2013

Sin manos.

de esos días que te miras al espejo y piensas que estás que da gusto no verte. Prefiero verte a ti, digo yo. Uno de esos en los que te levantas con el pie... Con ese con el que no tienes que pisar primero, que ahora mismo no me sale cual de los dos es. Te castigas con la misma pregunta una y otra vez, ¿Por qué tuve que irme esta noche? Maldita sea, no me gusta dejar para más tarde las cosas que tengo o quiero hacer. Aunque no se cuantas veces me habré pospuesto a mi y al despertador esta mañana antes de al final terminar posponiendo todo lo que no sea imaginar tu majestuosa silueta al final de un túnel. A casi nadie le apetece levantarse, “pero a mi menos todavía si no estás al otro lado de la cama” creo convencida. Y de tanto pensarme el resto del día que no estoy contigo con el lápiz en la mano se me ha secado hasta la tinta. Todo pasa a ser denso. Susurro un “je t’aime” que amaso sobre la mesa, y soplo fuerte para que te llegue. No crees no notar la más leve brisa. Rayo entonces el folio con un “Ojala seas mi media naranja” e, inconscientemente, cruzo los dedos mientras espero que no lo vea nunca nadie y menos tú.

A veces siento que cada instante que no es a tu lado lo pierdo. Lo disimulo generando horizontes nuevos en los que te incluyo donde se me quedaba la perspectiva con cada nuevo paso, o jugando al solitario. No estoy de acuerdo jamás con los malos números y siempre busco mejorarlos con algún hábil algoritmo. Es un buen entretenimiento, no remunerado. Y lo cierto es que no me importa porque, sinceramente, poco me parecería el éxito si la recompensa o el pago no es, como mínimo, tú.

Hace tiempo que perdí el apetito y aun no lo he recuperado. De tanto comerme marrones, un día me quedé empachada para siempre. Y pensar que aun así no me importaría estar desayunándote a ti y rebanadas de exquisita verdad al decirte que “Te todo” mientras me pierdo en tus ojos italianos. Cierro los míos. Al mismo tiempo suena una canción. En mi cabeza todo, claro. Inspiro, me inspiras. Te fumo. Y al derretir cubitos de hielo con las manos para sentirme viva el frío me recuerda que no se en qué estarás pensando. Me respondes en besos y me hablas de derramar sirope de chocolate por no se qué parte de mi cuerpo, para luego lamerlo: otra de tus sobradas. ¿Querrías? Preguntas. ¡Que demonios! Por supuesto, aunque no me das tiempo a contestar. Para aquel entonces ya tengo algo en la boca, y creo que ese algo eres tú.

-Llevas el mismo periodo que la luna- Me dices.
-Sabes que te quiero mucho, ¿No?
-Yo también te quiero.
-¿Mucho?
-No se si tanto, pero te quiero. De verdad.

 Tú. ¿Serás posible?



Donde sea. Mas contigo.

domingo, 25 de agosto de 2013

Una tragedia innecesaria.


La oscuridad esta solo a un suspiro y de eso no nos damos cuenta. Esa asonancia casi imperceptible e irrelevante a pie de página. Esa sonrisa de insuficiencia que entierra continuamente recuerdos irrepetibles inconscientemente. Igual que los sueños. Los sueños solo son verdad mientras duran, ¿Y no vivimos nosotros en sueños?
Por eso no termino nunca los míos con ella, por el alivio que me supondría peligrosamente creer que es cierto. En todos y cada uno de ellos me pide bailar, pero yo no puedo. No se bailar. Se lo digo, pero le da lo mismo. Me coge por la cintura, se contonea delante de mí. Perece que es tan fácil que hace que me ahogue en ilusiones premeditadas de hacerlo tan bien como su cuerpo. Lo intento y no me sale. A pesar de eso, soy feliz. Es perfecto, una y otra vez. Y ese es el momento en el que siempre me obligo a despertar, justo cuando vamos a llegar a las manos, cuando va a enamorarme contra la pared, cuando me va a volver loca, porque se que si cedo a cumplir esa fantasía estaré perdida de verdad para el resto de mis días. Precipicios de incongruencia a los que llego cada noche, volver o no. Y al final me despierto, y estoy sola. En ese instante me duele todo el cuerpo. Necesito una compasión que nunca tendré, ¿Acaso a alguien le importa que este la luna allí tan sola, en el cielo? Nadie abraza nunca a la luna cuando lo necesita. Alguien debería quedarse mirando las estrellas todas las noches, así que abro la ventana y eso hago: monto guardia por si deciden cobrar vida en cualquier momento y explicarme de una vez qué coño significa que algo sea infinito.

Y yo siempre, siempre me obligo a despertarme. Siempre excepto hoy.


martes, 23 de julio de 2013

No me costará llegar al 15 de septiembre.

-No debería besarte, entre otras cosas porque no quiero.
-Hay tantas cosas que no debes hacer y haces...
-Dicho así suena perverso.
-Lo es.
-Estoy segura de que además te equivocas de labios. Estos ya no son míos. Ya no me pertenecen, son solo suyos.
-Yo los veo igual que siempre.
-El cambio es imperceptible a la vista.
-Te brillan los ojos. Estas muy bella. ¿Es amor o un simple capricho de los sentidos?
-Eso te lo podría preguntar yo a ti, si no supiera ya que solo soy un capricho para tu persona. Ella es diferente, pero no seas tan literal... Nunca me escuchas cuando te hablo, ¿Verdad? No te importa nada más que tú. Sepárate. No voy a besarte.
-Te empeñas en mantenerte tan lejos la lujuria todo el tiempo, pareces tan de piedra a veces.
-Nada mas lejos de la realidad, pero no supiste mirarme nunca para descubrir tu error. Y, ¿Acaso sabes tú lo que es la lujuria, filósofa de cabecera de pacotilla? Si eras tu la que obligaba a mantener la cordura y la compostura en la cama. Y siempre te ha parecido mal que te hablase de cosas con lascivia al oído por si era pecado e íbamos al infierno y por tu culpa soy muda. Me molestaba tanto que no entendieses que la  lujuria es algo necesario. No es solo un deseo incontrolable de quitarte la ropa y empotrarte en una pared; es hacerlo despeinada, desordenada e impulsivamente y no vengas a decirme ahora que no te gustaba. No sabes cuanto me alegra saber que todo era porque antes de venir a mis brazos te saciaban otros. Menos mal que no tenia yo la culpa de todo a todas horas.
-¿No crees que soy irresistible?
-Creo que eres impertinente.
-Hasta luego entonces.
-Hasta luego no, adiós.

martes, 30 de abril de 2013

Domestícame.

Fue entonces que apareció el zorro:
- Buen día - dijo el zorro.
- Buen día – respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta pero no vio a nadie.
- Estoy aquí – dijo la voz –, bajo el manzano...
- ¿Quién eres? – dijo el principito. – Eres muy bonito...
- Soy un zorro – dijo el zorro.
- Ven a jugar conmigo – le propuso el principito. – Estoy tan triste...
- No puedo jugar contigo – dijo el zorro. – No estoy domesticado.
- ¡Ah! perdón – dijo el principito.
Pero, después de reflexionar, agregó:
- ¿Qué significa "domesticar" ?
- No eres de aquí – dijo el zorro –, ¿qué buscas?
- Busco a los hombres – dijo el principito. – ¿Qué significa "domesticar" ?
- Los hombres – dijo el zorro – tienen fusiles y cazan. ¡Es bien molesto! También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas ?
- No – dijo el principito. – Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar" ?
- Es algo demasiado olvidado – dijo el zorro. – Significa "crear lazos..."
- ¿Crear lazos ?
- Claro – dijo el zorro. – Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo...
- Comienzo a entender - dijo el principito. – Hay una flor... creo que me ha domesticado...
- Es posible – dijo el zorro. – En la Tierra se ven todo tipo de cosas...
- ¡Oh! no es en la Tierra – dijo el principito.
El zorro pareció muy intrigado:
- ¿En otro planeta?
- Sí.
- ¿Hay cazadores en aquel planeta?
- No.
- ¡Eso es interesante! ¿Y gallinas?
- No.
- Nada es perfecto – suspiró el zorro.
Pero el zorro volvió a su idea:
- Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá lejos, los campos de trigo? Yo no como pan. El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. ¡Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y me agradará el ruido del viento en el trigo...
El zorro se calló y miró largamente al principito:
- Por favor... ¡domestícame! – dijo.
- Me parece bien – respondió el principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
- Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro. – Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
- ¿Qué hay que hacer? – dijo el principito.
- Hay que ser muy paciente – respondió el zorro. – Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente el principito regresó.
- Hubiese sido mejor regresar a la misma hora – dijo el zorro. – Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Es bueno que haya ritos.
- ¿Qué es un rito? – dijo el principito.
- Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro. – Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito. El jueves bailan con las jóvenes del pueblo. ¡Entonces el jueves es un día maravilloso! Me voy a pasear hasta la viña. Si los cazadores bailaran en cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se aproximó la hora de la partida:
- ¡Ah! - dijo el zorro... - Voy a llorar.
- Es tu culpa – dijo el principito -, yo no te deseaba ningún mal pero tú quisiste que te domesticara.
- Claro – dijo el zorro.
- ¡Pero vas a llorar! – dijo el principito.
- Claro – dijo el zorro.
- ¡Entonces no ganas nada!
- Sí gano –dijo el zorro – a causa del color del trigo.
Luego agregó:
- Ve y visita nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Y cuando regreses a decirme adiós, te regalaré un secreto.
El principito fue a ver nuevamente a las rosas:
- Ustedes no son de ningún modo parecidas a mi rosa, ustedes no son nada aún – les dijo. – Nadie las ha domesticado y ustedes no han domesticado a nadie. Ustedes son como era mi zorro. No era más que un zorro parecido a cien mil otros. Pero me hice amigo de él, y ahora es único en el mundo.
Y las rosas estaban muy incómodas.
- Ustedes son bellas, pero están vacías – agregó. – No se puede morir por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien he regado. Puesto que es ella a quien abrigué bajo el globo. Puesto que es ella a quien protegí con la pantalla. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres para las mariposas). Puesto que es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa.
Y volvió con el zorro:
- Adiós – dijo.
- Adiós – dijo el zorro. – Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
- Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de recordarlo.
- Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante.
- Es el tiempo que he perdido en mi rosa... – dijo el principito a fin de recordarlo.
- Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro. – Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...
- Soy responsable de mi rosa... - repitió el principito a fin de recordarlo.

jueves, 7 de febrero de 2013

Para el que menos le importe:


La Locura, como siempre tan loca, fue la que le dijo al oído a aquella chica: ¿Te quiero? Menos mal que la chica nunca jamás lo oyó. Incluso, que impertinente, los interrogantes se los tuve que poner yo, porque si fuese por la Locura… Normalmente se le escapan mis sentimientos atropelladamente por la boca, porque en general no tiene tiempo de pensar lo que dice y las consecuencias ya que está demasiado ocupada intentando reprimir las manos, que hasta ella se da cuenta de que no puede ser. Y eso suele ser un problema para mí. Siempre empieza a describir mi alma igual, dice “Me asusta lo que tengo que decirte, pero no puedo evitarlo. Estoy loca”. Y a continuación… Sálvese quien pueda. “¡Quién pudiera volverla cuerda algún día!” Acostumbro a decir yo. Luego me doy la vuelta en la cama, me vuelvo a dormir y cuando me levanto ya se me ha olvidado. Así que todo sigue como de costumbre y me sorprende descubrir que no voy a cambiar, ni ella tampoco y que algunos perros son más listos y más interesantes que algunas personas. Sin menospreciar a los gatos. También me gustan los gatos. De hecho, ahora que lo dices no se cuál es mi animal favorito, pero creo que da igual. (Se sentó en un banco y reflexionó largo y tendido sobre ello. O no. Las palomas agradecieron un poco de compañía igualmente.)
¿Sabes? Todo es porque no quiere admitir que se ha equivocado. No para de decirse en voz alta (por convencerse) que el corazón a diferencia de la razón no se equivoca, que hay que hacerle caso, que no se está tan mal aquí y que llegará el día tarde o temprano. Y yo la interrumpo y le digo: ¿Por qué estás tan segura? Y ella me dice: ¿Por qué no? Así que yo supongo que cada uno hace con sus gustos lo que puede y puedes seguir deseando algo por muy improbable que sea. Porque eso no significa que sea imposible, solo que es mas difícil que otras cosas. Como por ejemplo hacer la cama, que es bastante fácil y por eso creo que no nos gusta tanto como estar enamorados o enamorar a alguien.
Sea como fuere, la Locura debería aprender a meterse con cosas de su tamaño y a encajar mejor las derrotas. Tan impulsiva, tan pasional y a la vez ese toque inocente de pensar que todo va a salir bien. Venga ya. Si llevas un agujero en los calcetines, no puedes pretender que ese día no te toque quitarte los zapatos. Eso es así. O intentar que crean que has llegado tarde porque te pareció ver un unicornio a lo lejos y eso te retraso, ya que casi todo el mundo esta seguro de que los unicornios no existen y por eso mismo no lo hacen.
Pero tampoco por ello va a ir por ahí diciendo que supone que las nubes son solo eso: nubes. Sería como convertirse en lo que más miedo le da: Una persona normal, que son las que se mirar en los cristales de los escaparates para ver como van conjuntadas hoy porque no han tenido tiempo de hacerlo en casa, llegan tarde. Tienen prisa por vivir y les queda mucho por hacer. ¿Qué importa como vayas? ¿Por qué importa eso más que mirar alrededor? Y sobre todo ¿Quién decide esas cosas? La locura nunca tiene tiempo de pensar en esto, y se alegra. De hecho, piensa poco en cosas de este mundo. Así que termina llenando su mente con lo que le viene en gana, sintiéndose una rebelde sin causa solo por tener un poco de personalidad e imaginación. Que limitar las cosas a su sentido estricto no era su loco estilo. No le habían puesto sobre la espalda ese par de alas para no usarlas. Ni más, ni menos.
A la Locura a veces se le va la cabeza y desaparece. Me deja tranquila, me deja dormir y durante un tiempo no tengo oportunidad de preocuparme por donde estará metida. Ya estoy bastante ocupada haciendo cosas que cuando ella está no puedo. Pero pronto la echo de menos y al final salgo a buscarla, no tengo muy claro por qué. Y siempre la encuentro por los mismos chupitos, que son mano de santo para recordarme que debo olvidar arrepentirme por haber salido otra vez a por ella, porque he hecho bien en ir a su encuentro. Que ya es mayorcita, pero aun así me necesita. Y bebemos juntas y por eso al día siguiente no me acuerdo de muchas cosas, aunque si de suficientes. Entonces, encontramos el camino a casa tan solo a horas intempestivas. Subimos a duras penas las escaleras: en mi habitación yo me siento en el suelo, ella me destroza la cama; y cuando estoy a punto de cerrar los ojos por un rato largo, me mira desde arriba con esa cara que solo nosotras sabemos que significa que ha vuelto, que se acabó eso de dormir, se me tira encima de un salto y me dice al oído bueno, tan despreocupada“¡Qué nos quiten lo bailao!”. En ese momento nos reímos hasta que nos duele la barriga mientras nos pegamos que da gusto con la almohada que aun parece estar mojada desde la última noche triste. Yo me doy cuenta y por eso me cambia de tema enseguida, porque sabe que sino voy a empezar a pensar en cosas que no debería y esa es la única forma de intentar pararme los pies. Así que le digo que está bien, que nada de pensarla esta noche (aunque es un poco mentira, supongo que solo es que la pensaré un poco mas tarde), me rindo a la evidencia temporalmente, la dejo que me despeine y le juro que saldré a buscarla siempre que se vaya porque estoy orgullosa de que este a mi lado, no pretendo engañar a nadie, yo también la necesito. Pero que la próxima vez pararemos de beber antes, porque un día de estos me mata, y tenía que prometérmelo muy seria. Así que no me lo prometió.

-Y cuando has encontrado un punto medio al fin, entonces, ¿Por qué seguir, arriesgándote a hundirte? – Me dice quien aun no lo entiende.
- Porque no puedo evitarla. Eso sería negar nuestros impulsos, que es negar lo que nos hace humanos. Y porque nunca se me ha dado bien saber cuándo se supone que tiene que empezar a dejar de gustarme. Bendita Locura. –Les respondo amablemente, mientras la veo tropezar con mi propia trenza. Aunque esta vez, al caer como nunca antes había hecho y como ese libro dijo una vez, sonrió al cielo terso. Con un poco de esfuerzo podría levantarse sola.