de
esos días que te miras al espejo y piensas que estás que da gusto no verte. Prefiero
verte a ti, digo yo. Uno de esos en los que te levantas con el pie... Con ese
con el que no tienes que pisar primero, que ahora mismo no me sale cual de los
dos es. Te castigas con la misma pregunta una y otra vez, ¿Por qué tuve que
irme esta noche? Maldita sea, no me gusta dejar para más tarde las cosas que
tengo o quiero hacer. Aunque no se cuantas veces me habré pospuesto a mi y al
despertador esta mañana antes de al final terminar posponiendo todo lo que no
sea imaginar tu majestuosa silueta al final de un túnel. A casi nadie le
apetece levantarse, “pero a mi menos todavía si no estás al otro lado de la
cama” creo convencida. Y de tanto pensarme el resto del día que no estoy
contigo con el lápiz en la mano se me ha secado hasta la tinta. Todo pasa a ser
denso. Susurro un “je t’aime” que amaso sobre la mesa, y soplo fuerte para que
te llegue. No crees no notar la más leve brisa. Rayo entonces el folio con un “Ojala
seas mi media naranja” e, inconscientemente, cruzo los dedos mientras espero
que no lo vea nunca nadie y menos tú.
A veces siento que
cada instante que no es a tu lado lo pierdo. Lo disimulo generando horizontes
nuevos en los que te incluyo donde se me quedaba la perspectiva con cada nuevo
paso, o jugando al solitario. No estoy de acuerdo jamás con los malos números y
siempre busco mejorarlos con algún hábil algoritmo. Es un buen entretenimiento,
no remunerado. Y lo cierto es que no me importa porque, sinceramente, poco me
parecería el éxito si la recompensa o el pago no es, como mínimo, tú.
Hace tiempo que perdí
el apetito y aun no lo he recuperado. De tanto comerme marrones, un día me
quedé empachada para siempre. Y pensar que aun así no me importaría estar desayunándote
a ti y rebanadas de exquisita verdad al decirte que “Te
todo” mientras me pierdo en tus ojos italianos. Cierro los míos.
Al mismo tiempo suena una canción. En mi cabeza todo, claro. Inspiro, me
inspiras. Te fumo. Y al derretir cubitos de hielo con las manos para sentirme
viva el frío me recuerda que no se en qué estarás pensando. Me respondes en
besos y me hablas de derramar sirope de chocolate por no se qué parte de mi
cuerpo, para luego lamerlo: otra de tus sobradas. ¿Querrías? Preguntas. ¡Que
demonios! Por supuesto, aunque no me das tiempo a contestar. Para aquel
entonces ya tengo algo en la boca, y creo que ese algo eres tú.
-Llevas el mismo periodo que la luna- Me dices.
-Sabes que te quiero mucho, ¿No?
-Yo también te quiero.
-¿Mucho?
-No se si tanto, pero te quiero. De verdad.
Tú. ¿Serás posible?
Donde
sea. Mas contigo.