La oscuridad esta solo a un suspiro y de eso no nos damos
cuenta. Esa asonancia casi imperceptible e irrelevante a pie de página. Esa
sonrisa de insuficiencia que entierra continuamente recuerdos irrepetibles
inconscientemente. Igual que los sueños. Los sueños solo son verdad mientras
duran, ¿Y no vivimos nosotros en sueños?
Por eso no termino nunca los míos con ella, por el alivio
que me supondría peligrosamente creer que es cierto. En todos y cada uno de
ellos me pide bailar, pero yo no puedo. No se bailar. Se lo digo, pero le da lo
mismo. Me coge por la cintura, se contonea delante de mí. Perece que es tan
fácil que hace que me ahogue en ilusiones premeditadas de hacerlo tan bien como
su cuerpo. Lo intento y no me sale. A pesar de eso, soy feliz. Es perfecto, una
y otra vez. Y ese es el momento en el que siempre me obligo a despertar, justo
cuando vamos a llegar a las manos, cuando va a enamorarme contra la pared,
cuando me va a volver loca, porque se que si cedo a cumplir esa fantasía estaré
perdida de verdad para el resto de mis días. Precipicios de incongruencia a los
que llego cada noche, volver o no. Y al final me despierto, y estoy sola. En
ese instante me duele todo el cuerpo. Necesito una compasión que nunca tendré,
¿Acaso a alguien le importa que este la luna allí tan sola, en el cielo? Nadie
abraza nunca a la luna cuando lo necesita. Alguien debería quedarse mirando las
estrellas todas las noches, así que abro la ventana y eso hago: monto guardia
por si deciden cobrar vida en cualquier momento y explicarme de una vez qué
coño significa que algo sea infinito.
Y yo siempre, siempre me obligo a despertarme. Siempre
excepto hoy.
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